miércoles, 3 de diciembre de 2008

Inicialmente blanco como hormigas, para acabar en otro tipo de hormiguero.

Abandonados a la ociosidad, decidimos descubrir al riguroso invierno antes de tiempo, -algunos aman el verano, otros sin embargo los embistes del invierno- y visitar el nevado manto de las montañas granadinas en Sierra Nevada, sin conocer lo que los depararía el día definitivamente; ya que los augurios amenazantes de las nubes negruzcas de la mañana cumplirían naturalmente con sus designios, pero nosotros continuaríamos sin apenas percatarnos.






El camino de Sierra Nevada se colapsaba desde el principal desvío de la ciudad, especialmente desde el momento en el que la primera señal luminosa de la necesidad de continuar la travesía con cadenas de nieve fue visible. No eran necesarias hasta más de dentro de 15 km, a nosotros sin embargo no nos preocupaba para nada, no teníamos cadenas, por lo que íbamos a continuar hacia delante hasta que pudiéramos. El camino continuamente bloqueado por novísimos coches de la clase media española, parados en el arcén de la carretera en el último momento para colocar las cadenas, y que estas no dañaran sus preciosas ruedas, imposible ver algún destartalado coche estropeado en el arcén; Otra historia sería hablar de las hipotecas para los próximos veinticinco años, o quizás de la propiedad de esos mismos impolutos coches en los próximos años.







Nuestra meta era más bien humilde, subir a la estación y lanzarnos unas bolas de nieve, con la mirada puesta en nuestras cabezas, recordando nuestra niñez, en la que disfrutábamos los escasos inviernos en los que podíamos ver la nieve y especialmente guerrear de la única aceptable, con bolas de nieve cargadas de ironía: mayor amistad siempre suponía mayor cantidad proveniente de las trincheras amigas. Continuamos hasta que por obligación tuvimos que dar media vuelta al no disponer de cadenas. Tampoco nos preocupamos demasiado por no llegar arriba, simplemente buscamos un lugar en la que nuestra furgoneta –la tan estimada compañera de nuestro viaje alrededor de Europa en el pasado verano- estuviera segura evitando problemas con el hielo para aparcar, más bien estacionar el deseo de llegar hasta arriba.






En medio de la tempestad, volvimos a ver nuestra infancia en el horizonte, mientras intentábamos ajustar el visor de nuestra puntería, para acertar en el cogote del adversario, o más bien del compañero de guerra. El juego tampoco se alarga demasiado teniendo en cuenta que la tormenta de nieve continúa en consonancia con el cielo y decidimos continuar nuestro camino hacia algún tranquilo pueblo de las Alpujarras –donde se encuentran pequeños pueblos a en la falda de las montañas- cubiertos de las tempestades, pero beneficiándose de la sana vida de montaña. La zona de España donde la esperanza de vida es más alta.

Acabamos visitando Lanjarón y Orgiva, desde intrincadas y estrechas carreteras, con una sencilla conducción por la escasa afluencia de coches en esta caída del día. Para acabar el día en una comunidad independiente, auto-organizada y especialmente segura de que la crisis económica no les afecta. Básicamente por la seguridad en las potencialidades de otra forma de vivir, de que otro mundo es posible.

2 comentarios:

Francisco Azorin dijo...

sencillo pero bonito, en mi opinión en esta ocasión podias haber tenido la oportunidad de reflexionar mas sobre el poblado perdido de las alpujarras e introducir algún tema para reflexionar los lectores sobre tal cuestión. En definitiva bien pero esta vez corto.Sigue intentandolo.

Peregrino_Sincronico dijo...

Buen comentario ;-) Lo hice por probar a priori demasiado simple. Además no quería escribir mucho sobre el poblado (le dedicaré un post completo)
Nos vemos chavalin