jueves, 27 de noviembre de 2008

Mediados de agosto de 2008. Bosnia, tergiversaciones mediáticas.

Un paisaje arrasado, destruido irremediablemente por los impactos de bala, tumbas, depauperación es lo que debemos encontrarnos gracias a los medios de información que tantas imágenes nos han enseñado –simplemente por la repetición, en nuestras mentes son totalmente reales, no existe otra posibilidad- sin embargo, nuestra realidad, la que podemos oler por doquier es más bien diferente. Seguimos nuestro camino después de cruzar la frontera desde Croacia, nuevas carreteras nos dan la bienvenida, vendedores callejeros de artesanía entremezclada con utensilios de latón, madera, la naturaleza atrayente y la fuerza del paisaje folk, con demasiada significación. Toda la significación observable dentro del país, inabarcable ni siquiera con la imagen, mucho menos con la mediatizada. Lamentos cuando menos, al no encontrar lo que esperábamos; las fachadas maltratadas a balazos, desconchadas que hace mucho tiempo fueron arregladas, los corazones difícilmente, en un país en el que todas las familias han sido tocadas por la violencia, odio generalizar y repito, todas las familias. Cuando los lugares comunes se relajan en nuestra mentes, sin pensar que las realidades se modifican a pesar de que ya no sean tema de conversación para nadie.


Bullicio en los mercados, tranquilidad sonora donde el orden confuso se entrecruza con el desorden coordinado. Ojos azules, brillantes como delfines que nunca podrán ser encerrados y felices a la vez, una opción es excluyente de la otra. Pieles tostadas de forma natural, con cualquier faz tan pálida que los rayos del sol simplemente rebotan. Estampados, floreados y mosaicos que se simbiotizan con los más diversos complementos, hiyabs de todos los colores y texturas inimaginables. Madres escondiendo su cuerpo del exterior, mientras su niña rubia corretea vestida de los colores más ardientes. Todo ocurriendo bajo la siempre atenta mirada de la iglesia ortodoxa de Bogonje, nos encontramos en Bosnia, en el camino que nos lleva a Zenica desde la frontera croata, parece que a nadie le preocupe que se encuentre en perfecto estado como si nada quedara en su alrededor, con orgullo de mantenerse en pie, a pesar de los casi invisibles impactos de bala, en los que ya nadie repara, incluso nosotros prácticamente los obviamos. El alminar de la mezquita la vigila con detenimiento, simplemente una mirada compasiva, irreal. La vida no se paraliza, el bullicio lo contamina todo, o más bien moviliza a todos. Rosas rojas por doquier, los claveles ya no se cultivan en el país, se extinguieron hace más de una década a pesar de que en el Oeste de Europa nos aferramos en hacer presente, visible un concepto que nunca podrá ser olvidado de los corazones, -como es la muerte, la guerra, el conflicto entre hermanos- pero con deseo incansable de reparación, de catarsis externa, ya que la interna siempre existirá. Cenizas, felicidad, anomia o alienación de la realidad. Pero nunca más catarsis, la sangre derramada paraliza el éxtasis coronario.


Sarajevo

Vendedores de souvenirs, eslavas con brillantes ojos esmeralda y albina tez, de una palidez extrema, protegidos por el hiyab. Saudíes con largas barbas y más amplia todavía la falta de respeto a su mujer. Cámaras de fotos entrecruzadas con vendedores de especias y lokuns, estafadores varios, ladrones, hombres de mala vida. Veteranos de la Armija bosnia, amplia espalda, y más profunda mirada. Turistas con calcetines blancos, bajo sandalias de piel, bronceado de cangrejo y una sonrisa tan atemporal como aséptica a la realidad. Bonitas estudiantes cargadas de libros, sonrojadas dependientas y murallas de músculo que nos observan desde las alturas.





Mercado a pie de carretera con productos folk bosnios (algunos de producción tradicional y otros chinos)

Un espejismo de lo que fue el año 92 y sucesivos, cuando llegamos nos sorprendemos de que la guerra ya no es visible, Sarajevo es una ciudad tan europeizada como cualquier otra que nos podamos imaginar, europeizada no significa infectada de turistas a los que para nada les interesa conocer la realidad, únicamente tomar fotos. Después de dos días en la ciudad, lo único que podemos hacer es suspirar porque nos tenemos que marchar, la atracción es tal que es un esfuerzo muy grande tener que abandonarla, la que ha sido nuestra morada en escasos dos días, intensos para suplicarnos poder quedarnos, imploramos perdón por nuestro desconocimiento.




Supongo que el cartel de la entrada rezaría: "No olvidemos" (pero lo que realmente pasó)"

Cervezas Sarajevsko muy frías, Burek de queso y de espinaca tan dentro de nosotros como la llamada al rezo de las mezquitas, parece hasta dulce el sonido del almuédano, sonido que se clava tan dentro como los minúsculos obeliscos, con tremendo significado, un cementerio demasiado blanco para poder llegar a comprenderlo, además no existe temporalidad, todos los relojes se pararon en el año 1993. Tumbas demasiado relucientes para darnos cuenta de que la historia debe ser recordada, no olvidada, pero aún así, poco interiorizable una ciudad tan intensa.






Nos despide un sol brillante. Un guiño del destino. Nos obliga a marcharnos, nos perdona y simplemente nos deja las puertas abiertas, nos da la bienvenida para la próxima vez.
Macabra (o naturalizada representación del territorio bosnio en un cementerio.)

2 comentarios:

Francisco Azorin dijo...

Hola Pedro, en este relato lo has clavado, ya te dije lo que me parecia tu primera publicacion en el blog pero esta es sublime.Muy bien, ni corta, ni larga, digo el texto mal pensado, no es tan pedante y se hace fácil de leer,ademas parece como si te introduces en el texto como si estuvieras alli, no sé por qué será. Sigue así.

Peregrino_Sincronico dijo...

Acabo de ver el mensaje ahora después de mucho tiempo. Sólo quedan tres días para inicio de la nueva aventura. Nos vemos