viernes, 12 de diciembre de 2008

31 de Julio de 2005. Camino de Rumšiškės II, Lituania.

Juntos me ofrecen, su tan preciado bien, vodka de producción nacional, hasta podría decirse local, para tratar la cada vez más abultada y pronunciada roseta, bromeando superado por la situación tan extraña para mi, y a través de gestos doy a entender que preferiría bebérmelo a desperdiciarlo con mi cara. Dicho y hecho, lo comprenden al instante y sin permitir ninguna explicación –no habría tenido opción de explicar que únicamente era una broma- me llenan un pequeño vaso, instándome a beberlo de una, pequeño por describir la capacidad de un vaso, con el que algunos pueden conseguir terminar una comida entera, por la cantidad de alcohol que contenía. Decido bebérmelo, tanto por no rechazar un presente y un detalle simbólico, porque tras mi primer gesto no voy a poder explicar que simplemente bromeaba. Un solo trago, y sonrío de agradecimiento, mientras el trayecto del vodka en su camino hasta golpear mi estómago no me pasa inadvertido. Me distraigo un instante y ya tengo otro vaso lleno. Esta vez si que intento explicar que es suficiente, que simplemente quería que mi cara no se convirtiera en una montaña envenenada, el pequeño vasa del licor nacional era suficiente para olvidar por un momento el dolor a través del alcohol. No hay opción, debo bebérmelo y lo hago con gusto, eso sí escapando lo más rápido posible tras un auténtico bombardeo de aciu, por doquier, gracias por la ayuda prestada, pero no quiero caer al suelo, sensación que ya empieza a filtrarse en mi cuerpo.

Materializado en una pañuelo embadurnado por completo de vodka de 40% para evitar la acción del veneno, tanto por dentro como por fuera, mientras uno desinfecta mi herida, el otro me ha permitido perder un año de vida, mientras mis órganos vitales comienzas a sufrir mi estancia en un país aficionado a los licores fuertes tragados –de forma literal- en soledad, personal y propiamente de la bebida. Al igual que en África la brujería con sus miles de explicaciones puede solucionar cualquier problema. Aquí hay un auténtico acto de fe en la bebida nacional, la cual es adecuada para solucionar cualquier problema, menos los del amor, esos son otra historia; al menos aquí.


En una situación deplorable, llega el momento más intenso del día, interconector de este recuerdo aparentemente incongruente. El bandido de tez oscura, naturalmente morena y barba de varios días, -poco típico para este país tan homogéneo- con su gorra raída y sus prendas no menos utilizadas, se acerca a mi y comienza a hablarme en lituano, mientras utiliza una mirada profunda de comprensión, señalándome que a él tampoco le gusta mucho este juego. Evidentemente comprendo poco de lo que me está diciendo, tras una única semana en el país, y rápidamente una profesora viene en mi ayuda, con su interpretación, más comprensible. La idea básica, es que quiere regalarme un anillo, que sólo es permitido en propiedad a las personas de piel oscura, según la traducción literal para los gitanos, gipsy people. Intento decir que no, el día ya ha tenido suficiente historia, pero no es posible, parece que es un regalo con demasiada significación. Sus ojos dicen que el rechazo no es una opción, seguro de sí mismo en ningún momento duda de que lo aceptaré, étnicamente a posteriori me puedo dar cuenta de que no éramos tan diferentes. La profesora no comprende demasiado la situación, el bandido sin embargo, no pone en duda mi acceso al anillo, cualquier otra opción sería una falta de respeto.


Finalmente accedo, dándome cuenta que mi pelo suelto, demasiado largo y la barba de una semana –todavía natural en Lituania, tras una semana- han ayudado a convertirme en uno más de su grupo, en lo más normal, en un país tan étnicamente homogéneo como es Lituania. Al menos de una forma artificial porque abundan las caras morenas acartonadas de esas mujeres que arriesgan su salud con el bronceado artificial. Parecer lo que no se es, de forma pasajera que no hacen sino empeorar el aspecto natural, el realmente bello, la belleza personal y poco modificable que ha sido otorgada, sea cual sea, por su fuerza natural, esencia naturalmente bella, atentando los cánones de belleza establecidos, pero sin lugar a dudas con una atracción fatal, para cualquier otra mentalidad limpia y poco influenciada por el contexto establecido.

martes, 9 de diciembre de 2008

31 de Julio de 2005. Camino de Rumšiškės I, Lituania.

Un tren destartalado, detestable, de juguete, dedicado únicamente a los pocos precavidos turistas, tras un lento paseo en una lata de hojalata que ya tenía dificultad para superar los 60 km/h. Un paisaje envidiable, verde de rimbombantes árboles. El país de los lagos y las lluvias nos daba su bienvenida. El sonido de la naturaleza que muchos de nosotros empezábamos a olvidar. La tranquilidad materializada en ese exacto momento, sonrisas cómplices que no se pueden interpretar hasta que los bandidos hacen acto de presencia. Algunos de nosotros somos encañonados con reproducciones de las verdaderas armas de los antiguos asaltantes de las caravanas o ferrocarriles estadounidenses –quizás simplemente sea poética, ya que la arma apuntaba a mi sien- , mientras que los lituanos sonríen compasivamente de nuestra situación, recuerdos de los españoles intentando engañar a los pocos turistas suecos y británicos en nuestras costas.

La simbología hecha realidad en una puesta en escena a punta de pistola, un tanto cutre y poco creíble por las sonrisas de las profesoras y la falta de violencia en los ojos profundos de los secuestradores, único a su imagen como postal para el recuerdo; cubrecarabinas de cuero desgastadas, chalecos de época –más bien, pasados de moda, generalmente olvidados en el último lugar del armario- falsos aros en las orejas y un semblante bonachón que a nadie pasa desapercibido. Nos obligan a bajar del tren y continuar la marcha a pie, al que sería nuestro destino moral, maniatados a un gran roble en medio del bosque, en el campamente rebelde. Heridos en las manos por las ataduras y marcas sangrantes de los latigazos sería lo normal, en esta situación. Sin embargo lo que nos queda a los pocos desafortunados que estamos maniatados es una risa contagiosa que pasa de unos a otros por el surrealismo de una situación, que hacía ya años eran visible en nuestro país.

Un colmena con grandes tábanos que no paran de zumbar sobre nuestras cabezas. Grandes avispas que describen círculos alrededor nuestro, sabiendo que alguno de nosotros sería poco agradablemente acariciado por su aguijón y saboreado por su veneno. El espectáculo empieza a aburrir, y el enfurecimiento de los insectos va en aumento, cada vez mayor hasta que consiguen reparar su furia mientras reparan en mí, mi cara y su cada vez más abultado tamaño por el gran picotazo de una de ellas, en el lateral en las cercanías de la cara.

El inicio del contacto con la verdadera Lituania – con las tan detestables generalizaciones- de conceptos como este o los habitantes de la antigua URSS, conceptos tan poco abarcables porque contiene tal magnitud de diferencias, de historia e historias tan pocas veces compartidas, menor en la versión de cada uno que se debería olvidar. El sacerdote, más bien, la persona que se gana la vida haciendo ese papel, postal de bonachón, grandes mejillas teñidas de rojo –por el consumo excesivo de degtine- unas grandes lentes ahumadas y toda la parafernalita para llevar a cabo el papel, incluido el imprescindible alzacuellos. Se da cuenta del crecimiento incipiente de mi cara y me lleva a una de las mujeres del grupo, adornadas para este acontecimiento con las prendas típicas nacionales, que tanto orgullo y disposición a enseñar tiene este pueblo. Minorías en las que la cultura-folk y toda la ornamentación es imprescindible para comprender el corto periodo de sus independencias y como ha sido el proceso de incorporación de los conceptos de identidad nacional.
Más información de Rumšiškės en wikipedia.
En la página de museos de Lituania (en inglés)

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Inicialmente blanco como hormigas, para acabar en otro tipo de hormiguero.

Abandonados a la ociosidad, decidimos descubrir al riguroso invierno antes de tiempo, -algunos aman el verano, otros sin embargo los embistes del invierno- y visitar el nevado manto de las montañas granadinas en Sierra Nevada, sin conocer lo que los depararía el día definitivamente; ya que los augurios amenazantes de las nubes negruzcas de la mañana cumplirían naturalmente con sus designios, pero nosotros continuaríamos sin apenas percatarnos.






El camino de Sierra Nevada se colapsaba desde el principal desvío de la ciudad, especialmente desde el momento en el que la primera señal luminosa de la necesidad de continuar la travesía con cadenas de nieve fue visible. No eran necesarias hasta más de dentro de 15 km, a nosotros sin embargo no nos preocupaba para nada, no teníamos cadenas, por lo que íbamos a continuar hacia delante hasta que pudiéramos. El camino continuamente bloqueado por novísimos coches de la clase media española, parados en el arcén de la carretera en el último momento para colocar las cadenas, y que estas no dañaran sus preciosas ruedas, imposible ver algún destartalado coche estropeado en el arcén; Otra historia sería hablar de las hipotecas para los próximos veinticinco años, o quizás de la propiedad de esos mismos impolutos coches en los próximos años.







Nuestra meta era más bien humilde, subir a la estación y lanzarnos unas bolas de nieve, con la mirada puesta en nuestras cabezas, recordando nuestra niñez, en la que disfrutábamos los escasos inviernos en los que podíamos ver la nieve y especialmente guerrear de la única aceptable, con bolas de nieve cargadas de ironía: mayor amistad siempre suponía mayor cantidad proveniente de las trincheras amigas. Continuamos hasta que por obligación tuvimos que dar media vuelta al no disponer de cadenas. Tampoco nos preocupamos demasiado por no llegar arriba, simplemente buscamos un lugar en la que nuestra furgoneta –la tan estimada compañera de nuestro viaje alrededor de Europa en el pasado verano- estuviera segura evitando problemas con el hielo para aparcar, más bien estacionar el deseo de llegar hasta arriba.






En medio de la tempestad, volvimos a ver nuestra infancia en el horizonte, mientras intentábamos ajustar el visor de nuestra puntería, para acertar en el cogote del adversario, o más bien del compañero de guerra. El juego tampoco se alarga demasiado teniendo en cuenta que la tormenta de nieve continúa en consonancia con el cielo y decidimos continuar nuestro camino hacia algún tranquilo pueblo de las Alpujarras –donde se encuentran pequeños pueblos a en la falda de las montañas- cubiertos de las tempestades, pero beneficiándose de la sana vida de montaña. La zona de España donde la esperanza de vida es más alta.

Acabamos visitando Lanjarón y Orgiva, desde intrincadas y estrechas carreteras, con una sencilla conducción por la escasa afluencia de coches en esta caída del día. Para acabar el día en una comunidad independiente, auto-organizada y especialmente segura de que la crisis económica no les afecta. Básicamente por la seguridad en las potencialidades de otra forma de vivir, de que otro mundo es posible.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Mediados de agosto de 2008. Bosnia, tergiversaciones mediáticas.

Un paisaje arrasado, destruido irremediablemente por los impactos de bala, tumbas, depauperación es lo que debemos encontrarnos gracias a los medios de información que tantas imágenes nos han enseñado –simplemente por la repetición, en nuestras mentes son totalmente reales, no existe otra posibilidad- sin embargo, nuestra realidad, la que podemos oler por doquier es más bien diferente. Seguimos nuestro camino después de cruzar la frontera desde Croacia, nuevas carreteras nos dan la bienvenida, vendedores callejeros de artesanía entremezclada con utensilios de latón, madera, la naturaleza atrayente y la fuerza del paisaje folk, con demasiada significación. Toda la significación observable dentro del país, inabarcable ni siquiera con la imagen, mucho menos con la mediatizada. Lamentos cuando menos, al no encontrar lo que esperábamos; las fachadas maltratadas a balazos, desconchadas que hace mucho tiempo fueron arregladas, los corazones difícilmente, en un país en el que todas las familias han sido tocadas por la violencia, odio generalizar y repito, todas las familias. Cuando los lugares comunes se relajan en nuestra mentes, sin pensar que las realidades se modifican a pesar de que ya no sean tema de conversación para nadie.


Bullicio en los mercados, tranquilidad sonora donde el orden confuso se entrecruza con el desorden coordinado. Ojos azules, brillantes como delfines que nunca podrán ser encerrados y felices a la vez, una opción es excluyente de la otra. Pieles tostadas de forma natural, con cualquier faz tan pálida que los rayos del sol simplemente rebotan. Estampados, floreados y mosaicos que se simbiotizan con los más diversos complementos, hiyabs de todos los colores y texturas inimaginables. Madres escondiendo su cuerpo del exterior, mientras su niña rubia corretea vestida de los colores más ardientes. Todo ocurriendo bajo la siempre atenta mirada de la iglesia ortodoxa de Bogonje, nos encontramos en Bosnia, en el camino que nos lleva a Zenica desde la frontera croata, parece que a nadie le preocupe que se encuentre en perfecto estado como si nada quedara en su alrededor, con orgullo de mantenerse en pie, a pesar de los casi invisibles impactos de bala, en los que ya nadie repara, incluso nosotros prácticamente los obviamos. El alminar de la mezquita la vigila con detenimiento, simplemente una mirada compasiva, irreal. La vida no se paraliza, el bullicio lo contamina todo, o más bien moviliza a todos. Rosas rojas por doquier, los claveles ya no se cultivan en el país, se extinguieron hace más de una década a pesar de que en el Oeste de Europa nos aferramos en hacer presente, visible un concepto que nunca podrá ser olvidado de los corazones, -como es la muerte, la guerra, el conflicto entre hermanos- pero con deseo incansable de reparación, de catarsis externa, ya que la interna siempre existirá. Cenizas, felicidad, anomia o alienación de la realidad. Pero nunca más catarsis, la sangre derramada paraliza el éxtasis coronario.


Sarajevo

Vendedores de souvenirs, eslavas con brillantes ojos esmeralda y albina tez, de una palidez extrema, protegidos por el hiyab. Saudíes con largas barbas y más amplia todavía la falta de respeto a su mujer. Cámaras de fotos entrecruzadas con vendedores de especias y lokuns, estafadores varios, ladrones, hombres de mala vida. Veteranos de la Armija bosnia, amplia espalda, y más profunda mirada. Turistas con calcetines blancos, bajo sandalias de piel, bronceado de cangrejo y una sonrisa tan atemporal como aséptica a la realidad. Bonitas estudiantes cargadas de libros, sonrojadas dependientas y murallas de músculo que nos observan desde las alturas.





Mercado a pie de carretera con productos folk bosnios (algunos de producción tradicional y otros chinos)

Un espejismo de lo que fue el año 92 y sucesivos, cuando llegamos nos sorprendemos de que la guerra ya no es visible, Sarajevo es una ciudad tan europeizada como cualquier otra que nos podamos imaginar, europeizada no significa infectada de turistas a los que para nada les interesa conocer la realidad, únicamente tomar fotos. Después de dos días en la ciudad, lo único que podemos hacer es suspirar porque nos tenemos que marchar, la atracción es tal que es un esfuerzo muy grande tener que abandonarla, la que ha sido nuestra morada en escasos dos días, intensos para suplicarnos poder quedarnos, imploramos perdón por nuestro desconocimiento.




Supongo que el cartel de la entrada rezaría: "No olvidemos" (pero lo que realmente pasó)"

Cervezas Sarajevsko muy frías, Burek de queso y de espinaca tan dentro de nosotros como la llamada al rezo de las mezquitas, parece hasta dulce el sonido del almuédano, sonido que se clava tan dentro como los minúsculos obeliscos, con tremendo significado, un cementerio demasiado blanco para poder llegar a comprenderlo, además no existe temporalidad, todos los relojes se pararon en el año 1993. Tumbas demasiado relucientes para darnos cuenta de que la historia debe ser recordada, no olvidada, pero aún así, poco interiorizable una ciudad tan intensa.






Nos despide un sol brillante. Un guiño del destino. Nos obliga a marcharnos, nos perdona y simplemente nos deja las puertas abiertas, nos da la bienvenida para la próxima vez.
Macabra (o naturalizada representación del territorio bosnio en un cementerio.)

martes, 25 de noviembre de 2008

Anexo metodológico del blog.

Un símbolo, desprenderte de tu propia historia no supone una pérdida, sino el engrandecimiento de los otros. La fortuna no se puede acaparar, debe ser cedida cuando una persona ya se considera los suficientemente afortunada, satisfecha de su vida. Eso pensé mientras el avión prácticamente se escapaba desde el clima áspero, seco, irritante del verano madrileño al sosiego tinerfeño en apenas unas horas, un país, más dos mil kilómetros de travesía aérea. Cuántos kilos de papel han dado términos como país o nación. Y afortunadamente gracias a que los guanches fueron exterminados de forma total, impidiendo su conocimiento, pero básicamente su renacimiento político. De cualquier forma la escapatoria del territorio godo ya sentía en el ambiente.
Maldito aparato que ha roto con el tiempo y a la vez nos hace tan dependientes de él. Podemos recorrer el mundo en apenas unas horas, por lo que ya no nos damos cuenta de las diferencias cuando viajamos –todas nos parecen posibles- Mejor dicho, las obviamos en nuestras mentes cosmopolitas de urbanitas que todo pretendemos conocer. Y por otra parte dependemos del tiempo amargamente, unos solos segundos que nos impiden tomarlo y llegar a nuestro destino. El próximo no existe, pueden ser horas o días.
Este blog pretende jugar con esa ambigüedad temporal. Narrar unos hechos totalmente conectados y relacionados, dar coherencia al texto, pero no de forma temporal, sino sincrónicamente a través de sus símbolos.
La narración de un diario, donde lo importante no es el día numérico, sino más bien lo que ocurre en determinado momento y permite enlazar con el siguiente momento.

jueves, 13 de noviembre de 2008

26 de Octubre de 2008.Desalojar nuestra mente sin movimiento, sin que el aire nos aviente las ideas.


Reprendemos a la sociedad en la que vivimos, porque no es nadie, el no personalizar nos permite estar seguros así, hipócritas de nosotros mismos, miedosos de decir respetuosamente verdades incluso a nuestros mejores amigos. Inseguridad incluso de mirar de frente, a los ojos. Sin embargo, la sociedad, es más bien el compendio de todos nosotros, de lo que cada persona hace y de lo que cada individuo quiere para con la sociedad. Para ser parte individual de un todo. El hombre es… no sólo un animal social, sino también un animal que únicamente puede convertirse en individuo si está dentro de una sociedad, -como Marx ya promulgó- pero especialmente citando a Arnold Gehven El hombre no vive sino que dirige su vida.

Si hay algo por lo que podemos llamarnos hombres, es por el poder que tenemos, o que deberíamos tener para dirigir nuestra propia vida. Ser lo suficientemente coherentes con la realidad, para controlarla, para hacerla nuestra; Pensar antes de opinar, y antes de opinar reflexionar, y por último, más que opinar, pensar en dar una respuesta. Somos nosotros los que debemos transcribir nuestro destino personal, y con el contribuir a la sociedad, no dejarnos embaucar por realidades que no son nuestras. Más bien marcadas por simples personajillos, líderes o dioses sin demasiada capacidad, pero con el poder que a determinados individuos les otorgan sus generaciones pasadas.

Mientras escribo algunas palabras en el aeropuerto de Barcelona se sientan junto a mí una familia de holandeses –dejemos la definición y la etimología de la palabra a los puristas y pseudo-teóricos que tanto abundan- Las tres mujeres adultas miran una película en el ordenador portátil sin preocuparse en lo más mínimo en la educación de los niños, únicamente en la donación de algunas monedas, y en la tranquilidad que la tecnología produce en las personas, más bien la anomia mental total -para utilizar palabras adecuadas-.

Tres niños se disputan el control de dos videoconsolas portátiles. Me introducen en la psicopatía, en la irrealidad de mi visión, cuando la niña pequeña, de unos tres o cuatro años todavía transportándose con ayuda en un carrito y sus palabras limitadas a berridos, toma también la máquina y comienza a jugar, sin importarle a nadie, quizás únicamente a mí. La niña restante de unos ocho años, es la única que parece tener un desarrollo normal, corre, juega, molesta a los demás y grita; evidentemente es incomprendida. Sin embargo ante la anomia de toda la familia acaba atrapando a desgana la consola que no sabe utilizar, y de la que se aburre rápidamente.
La abuela se evade en el lugar más recóndito leyendo un libro, de vez en cuando me mira, sonríe y sigue leyendo. Tampoco se preocupa ni de sus hijas ni de sus nietos, están tranquilos con sus maquinitas, no necesitan dedicación, más bien es preferible no ofrecérsela para evitar alguna confrontación. Yo también intento evadirme y pensar entre tanta tecnología, intentando que al menos mi avión no se retrase, dudando que este desarrollo tecnológico sea el que hace nuestra vida más sencilla. Más simple evidentemente, pero personas más capacitados, al menos dudoso.

Pasan unos minutos y se sientan una familia de ingleses, igualmente los niños no escandalizan, no molestan a sus padres, prácticamente no respiran, su mirada se ha evadido de la realidad hace tiempo. Es la generación monitorizada. Si a todos los chicos alguien les hubiera preguntado si yo tenía el pelo rubio o moreno, o simplemente si era chico o chica, casi con total seguridad más de la mitad de ellos habría dicho ¿había alguien sentado a mi lado, enfrente de mí?

Una pareja joven. La niña mayor juega con su videoconsola portátil, para continuar con los estereotipos y los juegos de género, de color rosa. El niño pequeño con la suya, en este caso varía el color y el juego por uno más explícito y violento. La niña pequeña observa atónita, como embobada, una película en el ordenador portátil, con sus cascos, para utilizar todo el conjunto. Por último la madre, de menos de treinta años, comprueba las magníficas fotos del viaje mientras el padre escapa, se marcha a dar un paseo; Su nombre Adam Sims, quizás una simple metáfora, o un mero guiño del destino.

Demian de Hesse, es uno de esos ejemplos en los que la persona anda su camino, y no es simplemente marioneta maniatada junto a otras tantas en conceptos de difícil definición como sociedad, simplemente porque desde el principio ha sido también apresada y tergiversada hasta una degeneración tan volátil como visiblemente poco probable su vuelta al mundo real. Aquel que sólo quiere su destino no tiene ya modelos ni ideales, amores ni consuelos. Tal es el camino que realmente debería uno seguir.(…) El verdadero oficio de cada uno era tan sólo llegar a sí mismo

No hay que olvidar que nosotros somos los verdaderos actores, los actores principales de nuestra propia realidad, cualquier otro aspecto es secundario, tendente a hacernos la vida más fácil. El hombre forja el mismo su destino. Los que deciden son el carácter, la conciencia ,la fe; no unos fluidos ciegos y oscuros. Cada vida humana, cada una de nuestras aventuras es un tanto opaca y misteriosa. Nos movemos en un mundo que no acaba de estar del todo explicado y aclarado. Pero esa claridad que ya existe es suficiente para una persona de buena voluntad. En palabras de Hincz, personificando la personalidad de Gombrowicz. La tecnología es en teoría, uno de ellos, pero su labor no es hacernos sujetos eclécticos a la realidad en la que vivimos. Como algunos dijeron, el término aséptico sobrepasa ya los límites de la realidad.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Octubre de 2008.La amarga despedida, tan dulce que nos permite emprender el camino.

¿Dónde conseguir que un conductor te lleve en una ciudad en Suecia, para tener un encuentro romántico con una amable y complaciente amiga, mejor que Ikea? Caminamos siempre a donde pretendemos, o más bien eso creen la minoría que pueden ver su propios pasos, que pueden decidir hacia donde se aproximan.


Alegre deambular durante cinco días por la otoñal Linköping, sencillamente otra de las tantas ciudades de la diáspora estudiantil española. La guetización Erasmus tan idiosincráticamente sureña: limitar nuestras posibilidades por la facilidad de mantenernos en nuestra propia jaula, no querer romper la simple pared de papel que supondría ver el mundo, las potencialidades desaprovechadas, de las cuales nos arrepentiremos y como tan deporte nacional interiorizado, criticaremos.
Simplemente maravilloso, como reflejan los artistas.


El descanso tan deseado y dulce al que nos obliga el otoño, más bien el gran regalo de la dorada estación, permitiendo deleitarnos con los pocos días secos, disfrutar los segundos después de cada gran chaparrón; al igual que el terrible centinela Cerbero, siempre existen unos segundos para parpadear. Los segundos con los que nos podemos hacer libres.


Fotogénicamente claros paisajes que se contraponen con los miles de tintes que van del amarillo al marrón, pasando por el terrible e inalterable rojo. Sin tonalidades, simplemente palabras el rojo del deseo y la decisión –las dos caras que crean el mundo viviente. Como las de Nabokov, miles de palabras sobre un concepto, un color que deja de serlo en el momento que no se le permiten tonalidades. La sangre no entiende de penalidades, únicamente por instinto fluye, o nos impide vivir.




La ciudad de las bicicletas, como tantas otras en países cívicamente concienciados de que la calidad de vida, no es la desproporción material y el ruido caótico que hace estallar nuestros oídos. Linköping se deja atrás en torno a una melancólica despedida enturbiada por una traviesa bicicleta. Con un cielo terrible citándome a rebatirle su poder comienzo mi camino. El suyo es absoluto, el mío no lo es menos, desde el momento que se que nada ni nadie me impedirían llegar a Göteborg, y poner en duda la seguridad que supone no volver a perder un avión.




Cuando las miradas maliciosas femeninas obvian hasta casi olvidar a las cómplices, las actuaciones masculinas se quedan simplemente en meros acelerones, que vomitan en el vacío lo mismo que se integra en su mente; Nos damos cuenta que la espera será larga, aunque la llegada un único suspiro, y que la ayuda de los inmigrantes será inevitable. Será la única que puede salvarnos de un eterno tormento, convirtiéndolo efímeramente en un placer. Finalmente ni los inmigrantes nos ayudaron, y muchas oportunidades fueron desaprovechadas simplemente por designios del azar, donde la persona que para, no siempre circula en nuestra misma dirección.


No deja de llover a la llegada a Jonköping, a mitad de camino, para acabar siendo los ensayos del diluvio final, infernal y cuando menos universal. Los finales siempre son trágicos, o al menos deberían serlo para ser reales. Dulcemente trágicos, el intermedio acaba siendo tan dulce recuerdo cuando el final acaba siendo, sin más, un final.


Los dejavúes se atosigan en nuestra mente, nos atormentan con experiencias similares en lugares totalmente diferente, significativamente los mismos. Un gran cartel de GÖTEBORG reparado hasta la locura, hasta en su compleja puntillista ortografía me permite llegar a mi destino cuando la lluvia perjudica mi temperamento y la noche me agradece que me adentrara en el reto, para acabar escapando por meros segundos, la embriaguez que suponen los segundos de duda, de debilidad.



Bañado por la tormenta de los camiones. Chapoteo que no evitan por nada del mundo, se sienten poderosos en su casi siempre inmunda cabina. Salvo honrosas excepciones, teoría personal que promulga que la inmundicia es la que impide la parada ante la debilidad de una persona que te mira de frente, a pesar de su total dependencia. Simplemente el deseo inerte de parar, pero no llevarlo a cabo por vergüenza personal. El caso de una pareja de ninfas es diferente, supondrán que la porquería desaparecerá con el acceso de las diosas. Agnus, un sonriente y adicto al teléfono camionero de la vieja escuela, inicia mi camino en Linköping parando en un lugar cuando menos dudoso. Siempre que hay alguien haciendo dedo lo llevo, aunque desafortunadamente cada vez hay menos gente en la carretera a la que ayudar. Me dice sinceramente mientras sus claros ojos me expresan lo mismo.


Rosadas luces me dan la bienvenida a Göteborg, lamparillas que producen este efecto estando todavía frías, para acabar calientes hasta la desmesura, ardiendo de sobremanera, para acabar quemando y no suscitar ninguna mirada. Crean una atmósfera que nunca me habría imaginado a mi llegada -quizás porque había llegado a no creerlo- me dan la bienvenida de forma invertida, al contrario que yo, sabían que llegaría, simplemente me estaban esperando, la noche ya era profunda, a pesar de que algunos lo llamemos tarde.




Göteborg, la ciudad que me permite, o más bien me obliga a decir adiós a Suecia. No existen sentimientos hacia estas ciudades. Simplemente el paso entre dos realidades y la locura circundante, flotante entre ambas, la línea curvada hasta el extremo que nos separa de nuestra vida normalizada, de los lamentos repetidos hasta la saciedad, la seguridad que necesitamos para no acabar muriendo mientras reflejamos nuestra demacrada imagen en una jarra de cerveza –que cada cual elija su marca, tipo y tiempo de fermentación- .

lunes, 10 de noviembre de 2008

Octubre de 2006. El inicio de la imposibilidad de volver la mirada atrás.

Un cielo gris, como apenado por algún casi olvidado recuerdo, lánguido como el que se ha cansado de dormitar, nos da la bienvenida a Skavsta, un pueblecito bastante lejos de lo que se anuncia oficialmente como Estocolmo. Jugando con la noche, malabarismos que nos sirven para zafarnos de la penumbra, no perdemos el avión de tan suma casualidad, que nos sorprendemos que nos dejen subir al avión.

El cielo no nos da ni un solo respiro –ni lo va a dar durante los cinco días que permanezcamos en territorio sueco-. Constantemente viramos desde una pequeña llovizna que nos permite continuar haciendo autostop a un turbión que nos empapa por completo, por la incompetencia de nuestros chubasqueros. La inviolabilidad del que no tiene horarios para moverse, dependiendo totalmente de los demás, por ese mismo motivo es totalmente libre, su poder estriba en ello, es su única fortaleza, intocable. Discutible silogismo, pero potencialidades infinitas que son discutibles.

Como de antemano concebido, escribimos STOCKHOLM en nuestros carteles, con el gran amigo de cualquier autoestopista que se precie, como es el rotulador permanente, normativamente azul o negro. Los protegemos con plástico contra la lluvia, algo que ya estaba previsto con anterioridad, también. Dos españoles, un francés y dos chicas letonas componen el grupo, ávidos buscadores del mito sueco. Parece una broma, pero más bien puede convertirse en una grotesca anécdota, casi una leyenda degenerada. Simplemente una experiencia, en las que los protagonistas decidieron su camino tras amputar la mano que tajantemente los ahogaba.

Largos minutos de espera mientras los coches parecen olvidar su camino. Unos dulces jubilados con su perfecto inglés y su gran ranchera nos recogen a los cinco y nos llevan hasta la autoestopista. Un chico francés, otro español, y para romper el telón de acero, una chica letona; Un trío definitorio por antonomasia de lo que debiera ser Europa y en definitiva la globalidad. Una comunidad de personas, simplemente individuos que desean comunicarse con otros desiguales, imperfectos como ellos, pero con la potencialidad que supone la diferencia. Ni siquiera tenemos tiempo de enseñar nuestros carteles, dos chicos nos recogen para dejarnos en las afueras de Estocolmo. Su origen chileno y mexicano inevitable mientras hablan conmigo en español, su lengua materna; únicamente viran hacia el sueco cuando la privacidad prima en el discurso a la comunicación global. Sorprendente poliglotismo de alguien que no conoce su país de origen, pero su idioma se sigue manteniendo, a pesar del impasible frío, las heladas perturbadoras, y las siempre resbaladizas hojas brillantes como el propio futuro.

El tren cercanías al centro de Estocolmo es gratis –o al menos para nosotros-, el vendedor nos dice que ya cierra y que pasemos sin pagar. No pasa nada, ya no podéis comprar el billete, decirlo si viene el revisor. ¡Bienvenidos a Suecia! El grupo se recompone más tarde tras pequeñas esperas en la estación de buses de Estocolmo, proceso repetido a posteriori en multitud de ocasiones. La primera experiencia en autostop fuera de los países bálticos, nos da la bienvenida en la fúnebre estación central, nuestra carne vibrante, más bien inmutable por el frío haciéndonos partícipes que la vida debe ser complicada para la nueva generación si queremos ser los próximos que tengan algo que decir en la historia. Una imagen, más bien un destello en mi mirada, darme cuenta de que esta va a ser mi forma de viajar en los próximos años. Vertiginosa, al contrario que rápida, espontánea, y con la posibilidad de conocer el país realmente, aunque sea una porción ínfima, pero auténtica. Me irritaban aquellas personas que al llegar a África se instalaban en la “pequeña Europa” o en la “pequeña América”(es decir en los hoteles de lujo) y al regresar a sus países presumían de haber vivido en África, a la cual no habían visto en absoluto. Citando a Ryszard Kapuscinski, inevitable si no queremos caer en un reduccionismo criminal y asesino de los grandes autores.

Practicar lenguas e intentar conocer el idioma local como tarea imprescindible, como opción obligatoria, simplemente como una total libertad conseguida por un chantaje de nuestra propia decisión, por nuestra simple coherencia personal. Una integridad conseguida al estar en manos de los demás como diacronía, ser potencialmente dependientes de toda la humanidad que pasa a nuestro lado.

martes, 4 de noviembre de 2008

Octubre de 2008, la quimérica derrota, el victorioso destino.

Cualquier lugar está inherentemente carente de significado, desnudos o decorados hasta la locura, hasta la psicosis ornamentativa, no se convierten en nada mejor. Su historia – el tan promulgado nivel histórico, el proceso histórico de Ortega- acompañado del realce característico que los humanos tendemos a ceder temporalmente a nuestros lugares –tanto para la mente como para el corazón- los convierten en lugar común, para un grupo limitado, la ciudad globalizada o únicamente una pequeña partícula de esta. Viajar supone simplemente esto, la combinación inevitable entre la historia del lugar, la personal, y los acontecimientos que allí ocurren.
El otoño brilla como siempre en Suecia, con su propia luz, con el reflejo de sus siervas casi moribundas, intensamente doradas como acicalándose para su propia muerte. El bosque esmeralda de la primavera pasada que nos apresó el olfato con su perfume, nos cautiva ahora la mirada; terriblemente libre no nos permite que mantengamos la vista fija más de un instante en el mismo lugar. La esclavitud que supone sentirse realmente libre.
Dos otoños atrás, Skavsta, la ciudad de un pequeño aeropuerto en mitad de Suecia, estratégicamente cerca de todo, inevitablemente lejos de cualquier punto tendente al interés, supuso la exhalación de nuestra última bocanada de aire. Un efluvio totalmente carente de alma. El riesgo de perder un avión, pero sin faltar a la norma de acabar haciendo dedo hasta el final. Saber de antemano que el avión despegaría sin nosotros, simplemente intentar descubrir una experiencia que nunca habíamos sentido, escuchar partir, e imaginar nuestros nombres vibrando por megafonía. Sentir continuamente su fluir en nuestra mente mientras secábamos nuestra terrible y húmeda de sobremanera ropa durante dos largos días, más irónicos que extensos, más sarcásticos que inútiles. Un guiño del destino para seguir olvidándolo totalmente, la felicidad que encontramos en esos escasos segundos en los que tenemos la victoria de una pequeña batalla en nuestras manos, para darnos cuenta de que finalmente el pez siempre escapa de las húmedas garras humanas. El éxtasis es siempre positivo, generalmente expresión de tu propia caída.
Skavsta no había cambiado nada, el alegre pero entristecido recuerdo era el mismo. El dorado otoño iluminaba todo, enturbiando por el monótono cielo gris, mi lugar era muy diferente ahora, simplemente y llanamente empezaba la segunda etapa del viaje interminable de la preparación para uno que quizás nunca exista.



Tarde, muy tarde, o más bien en el momento exacto, después de recordar en multitud de ocasiones el último suspiro, ese lugar común que se había convertido para algunos de nosotros, conseguía apuñalar al destino volviendo al lugar en el que nunca deberíamos haber perdido, simplemente porque el sufrimiento debe ser siempre refrendado por su responsable. Saberte un fugitivo de ese omnipotente que no lo puede todo, y ni mucho menos puede estar en todos los lugares comunes, esa es responsabilidad de cada uno. Podrá estar a nuestro lado, pero nunca entrar en nuestro territorio, personal, mental, sencillamente creado por nuestra experiencia.
A pesar de no ser el mejor sitio posible, volví a elegir el mismo lugar en el que comencé a hacer autostop fuera de mis países de acogida. El recuerdo de cinco personas enturbiando el tráfico y los gestos acomodados, conservadores de los conductores bajo la lluvia se esfuma pronto, abro los ojos y me encuentro sólo mientras que el siguiente brillo me espera en Linköping, únicamente 122 km. En la ocasión anterior unos dulces jubilados nos acercaron al siguiente punto, evitándonos la cada vez más agresiva lluvia, en esta ocasión y encontrándonos a domingo, es inevitable que sea un joven con una expresión y retórica influidas de sobremanera por la resaca del día anterior el que inicia el juego, el guiño.