viernes, 8 de mayo de 2009

Mendigos de sueños

Muhammad, un desheredado como nunca antes había encontrado en Egipto, se acercó a mí con el paso tranquilo y la mirada profunda, perdida, con una pérdida del conocimiento latente en sus movimientos; simplemente locura en este mundo de modernidad, diferente. Demasiados años en la calle que hacen perder la noción del tiempo y de la realidad a cualquiera, todo deja de importar hasta la propia existencia. Quizás eso no, nunca.

Me pide unas monedas, pero con el suficiente orgullo, para acabar sentándose enfrente y sin dejar de mirarme a los ojos comenzar a conversar, una mezcla de seguridad ingenua infantil donde el miedo no existe, supongo que para que mí tampoco, en cualquier otro lugar se siente miedo, en Egipto difícilmente. Una galabeyya azabache cubría su cuerpo, raída, mugrienta y llena de mierda hasta hacer irreconocible su color original. Descalzo, simplemente una suela natural de suciedad acumulada. La cara con una capa de mugre sin lavar desde largo tiempo atrás, bigote roñoso, siempre los ojos limpios y profundos. Un pañuelo negro cubriendo su cabeza, dejando solamente visibles sus rasgos faciales; Y un saco para transportar sus tesoros.

Cuando se convence que no conseguirá más monedas –demasiado rápido- simplemente comenzamos a conversar distendidamente, la única petición una galabeyya nueva y/o unas sandalias. El olor nauseabundo que desprende, únicamente un aura insoportable de seguridad más bien en que nada le afectará, al contrario que a cualquier mortal, la llana fortaleza de vagabundos y derviches. La inseguridad que puede crear en los demás.

Me cuenta la historia de su familia, y de la muerte de su padre y de su madre; y acaba interesándose en la mía. Las primeras preguntas hacen visibles su realidad, me pregunta si tengo hijos o hijas, si mi madre está viva y cuantos años tiene; igualmente para mi padre. De dónde soy, y la edad que tengo. La suya, 27, y según dice, desde que entró en la doble década su casa ha sido la calle, su hogar difícilmente decirlo. Me sorprende que me pregunte que si el avión a España tarda 5 horas, y cuando me pregunta a donde he viajado, su mirada brilla, quizás de alegría por mi persona, interesándose por una vida diferente. El fulgor que desprende su faz, no se puede olvidar fácilmente.

Acaba preguntándome donde vivo en el Cairo y si tengo casa, justo antes de pedirme disculpas nervioso y marcharse. Me levanto y le deseo que le vaya bien con un fuerte apretón de manos. Supongo que no necesita buena suerte. Se sorprende pero ya no se vuelve a mirarme. El encuentro cara a cara nos ha ayudado a los dos, quizás solamente a mi. En definitiva yo no le puedo enseñar nada, el quizás a saber creer en uno mismo. Las monedas son simplemente eso, se olvidan y ya no tienen ningún valor.

Cuando la familia falla –tanto por motivos de muerte de los miembros como por la separación de otro- la persona que se queda sola se convierte en un auténtico desheredado, en un vagabundo de los que difícilmente se encuentran en Europa. Personas a las que todos –literalmente- les dan la espalda, en definitiva si una persona joven está en esa situación la culpa es totalmente suya; siempre es mejor rezar durante horas e ignorar los problemas cercanos. La cayo frontal es más importante que la persona que está al lado.

Al principio sorprende la cantidad tan pequeña de mendigos que piden en las calles de el Cairo, sin embargo si miramos más profundamente, la mayoría de los egipcios son pobres que viven dignamente y no dudaran en invitarte a sus casas. Con unas condiciones de supervivencia diaria. La mayoría no mendigan por el apoyo de la familia extensa como fuente de apoyo y ayuda, frente a la total dejadez gubernamental. Una situación no muy diferente sucedía en España no hace demasiado tiempo, actualmente el apoyo familiar está en decadencia, y el Estado de Bienestar en crisis no ha tomado las riendas, ni lo hará. Simplemente un apoyo residual que mantiene los problemas por siempre jamás.

Existen diversos prototipos de personas que piden en la calle, y en todas ellas se pueden ver los efectos y la influencia de romper con los lazos familiares, o la muerte del miembro sustentador de la familia, generalmente el marido. La amplia mayoría son mujeres y especialmente viudas de negro hasta su muerte, no piden, simplemente yacen en lugares concurridos ofreciendo pañuelos o bolsitas de limones, no dudando en quedarse su producto si la ayuda en escasa. La otra gran parte son también mujeres mayores, claramente pobres y provenientes de barrios olvidados, que se encuentran en las partes centrales de la ciudad.

Por último nos encontramos con los harapientos, desheredados y demás personas cuya situación según ojos occidentales es límite, vagabundos que prácticamente no se preocupan en mendigar, imposible encontrarlos en Europa. Muhammad era un ejemplo de esta situación. Según nuestra mirada son las personas más desafortunadas del mundo, sin embargo no depende de nada ni de nadie, simplemente yacen; no se adaptan al ritmo del mundo, lo controlan a su antojo. Conversaciones con personas diferentes siempre nos permiten crecer, en ocasiones la persona menos previsible, será la que nos de la mayor enseñanza de nuestra vida; la más grande de estos dos meses en el Cairo, la he tenido hoy.

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