domingo, 1 de marzo de 2009

Cronicas cairotas I. Llegada.

Una noche iluminada, incandescente nos da la bienvenida a la megápolis del Cairo, desde la llegada a Egipto, la panorámica desde el avión nos señala que la ciudad ya intenta introducirse en nosotros Pequeñas aldeas, solitarias, tan solo unidas por pequeños haces de luz no expresan todo lo que quieren, siempre más de lo que pueden. La ciudad está despierta, siempre, como atiborrada a anfetaminas de escasa calidad, despierta, pero durmiente, inconsciente. El becherovka comprada a última hora en el avión –por la imposibilidad de comprar en el trasbordo de Praga- nos facilita la llegada, y nos nubla la vista en los tristes movimientos de una partida de ajedrez demasiado rápida, a más de 4000 m de altura y –el aire a 30ºC que rozaba la dura piel metálica del avión. Las sonrisas checas de las azafatas no ayudan a obviar el nerviosismo de la llegada. Siempre idealizamos los lugares por el primer contrincante con el que nos chocamos. En el Cairo, no ha sido mitificado en mi mente ni por su tráfico ni si quiera por sus alimentos o mujeres, simplemente por ese ambiente viciado, mezcla aeropuertaria entre queroseno y contaminación sin detalles. La ciudad de las antenas, los famélicos gatos pordioseros y de la contaminación sin fronteras nos saluda. Su olor callejero a comida empieza a apetecer.

El recorrido a la ciudad, en un destartalado taxi –de los mejores y sin licencia que se pueden encontrar por el camino- con la puerta entreabierta, y el maltrato continuo del maletero. Acabamos llegando por un carretera amplia sin apenas coches, como nunca o jamás sucede, y con la incomodidad inevitable, en un camino repleto de mezquitas, que nos sorprenden en un primer momento. Soñando con fotografiarlas, acabaremos cansándonos del constante Allahu akbar.

Llegamos de madrugada al Aeropuerto Internacional de El Cairo, y lo que en teoría debería ser una coordinación total con el personal del instituto Cervantes, recogida y traslado a un hotel, se convierte en una espera temeraria que acaba solucionándose gracias a los medios de los compañeros más avanzados del grupo, y la gran ayuda de un amigo cairota de uno de los componentes del grupo. Uno de los responsables de recogernos confunde el día en su calendario mental, y el que acaba apareciendo, todavía soñoliento nos impide confiar en él. La llegada al hotel se convierte más bien, en un sueño meloso e intenso de escasas horas, tras esperar el desayuno durante horas, tras una trasnochada llegada al hotel Luna.
La espera a algunos nos parecen siglos. Se le puede denominar hotel porque es lo que está escrito en sus llaves, y en la tosca novedad de sus habitaciones coloniales. Joyas alquímicas, que ya han perdido el brillo cobrizo. El Coloreado de las paredes realizado por un daltónico, que acabó decidiéndose en un poco afortunado color pistacho derretido combinado con un dulce violeta tirante a rosado. Lo único real de todo el día, ha sido el nombre del hotel, Luna –en español o italiano-; justo en el momento en el que ya amanecía. El primer crepúsculo nocturno, más bien, nos señala que el tiempo ha dejado de importarnos. Paciencia., estoicismo e imperturbabilidad.

2 comentarios:

María José dijo...

Estas experiencias son las que nunca se olvidan, ¿no?
¿Qué hubieses escrito ante un diplomático recibiento en el aeropuerto? Seguramente algo mediocre. La motivación nace en estos momentos, o eso dicen los entendidos.
Ya estoy haciendo funcionar la máquina fotográfica de mi despistada cabeza para imaginar esa caótica ciudad, deseando conocerla.


Besos

Peregrino_Sincronico dijo...

Gracias por el comentario. Realmente son estas situacion las que permiten escribir.
De todas formas ya tenemos demasiados diplomaticos en las embajadas del barrio de Dokki.